Y colorín colorado…

Debería haber comenzado este último post ayer en mi habitación de Santiago, pero las prisas de última hora, las maletas y el temor al otro sobrepeso me lo impidieron. Hoy ya estoy en casa. Todavía me dura la alegría del retorno, esa expectación por el reencuentro con familia y amigos, los olores de nuestra breve primavera y las comidas de toda la vida. Sé que no durará mucho y que pronto estaré deseando comenzar otra nueva aventura, pero disfrutemos el momento. Como siempre, lo mejor está por venir…

De los últimos días en Santiago no hay mucho que destacar. Esta es una ciudad más para vivir que para visitar, así que me dediqué a callejear, a visitar barrios potenciales donde me gustaría alquilar un apartamento si me decidiera a venir a vivir aquí y a charlar con los amigos. Eso sí, dos días antes de volver me pasó una cosa muy curiosa. Salgo del baño de lavarme los dientes y me encuentro al final del pasillo a la niñera y a la asistenta de la casa mirándome fijamente y sin mover un músculo. Como no soy lo suficientemente famoso, supuse que no estaban esperando a la salida del camerino por parte de la estrella, así que me acerqué con una sonrisilla nerviosa a preguntar. Antes de formular una sílaba, Betty me preguntó: “¿Lo ha notado?”. Supuse que no se refería al refrescante y nuevo sabor de Colgate, así que no supe responder. “El temblor, ¿lo ha notado?”. El servicio por estos lares no suele gastar bromas a los señores, así que supe que habíamos sufrido un leve terremoto. Debió de ser muy débil o yo me cepillo los dientes como si acabara de besar a Mercedes Milá, el caso es que no noté nada. No obstante, ahí estaba Betty para calmarme diciendo: “Sí, sí, igualito empezó el del año pasado y ya ve lo que pasó”. Con estas amables palabras y mi gran creatividad para la tragedia, me marché a la calle y bajé al metro pensando que ya no volvería nunca a ver la luz del sol, que el gran terremoto nos atraparía dentro y nos devoraríamos unos a otros para sobrevivir durante los últimos días. Afortunadamente yo sería uno de los primeros en caer: no soy muy fuerte y nada como el ternasquico de Aragón. Una vez a salvo de mi canibalismo imaginario, encontré estos pisos a la venta. Como veréis, uno de sus fuertes es que el edificio tiene disipadores sísmicos. Habrá que poner de esos en La Romareda como bajemos a segunda…

Y es que Santiago de Chile está acostumbrada a los terremotos. Me sorprende que ninguno de los edificios del distrito financiero, apodado Sanhattan, sufriera el más mínimo daño durante el terremoto del año pasado. Esta es una de mis zonas favoritas, con terrazas al aire libre, tiendas y mucha gente en mangas de camisa y corbata andando de un lado a otro. Os dejo una foto con el que será el rascacielos más alto de Sudamérica al fondo y algunos de sus predecesores.

Las doce horas de avión del vuelo de regreso me dejaron semi derrotado. Y eso que el viaje comenzó con una sorpresa muy agradable: el Aconcagua despidiéndose de mí, esta vez con su cara oeste.

Y ahora ya en casa, es decir, entre Zaragoza y Jaca, mucho más en ésta última. Me siento un auténtico privilegiado por haber podido realizar este viaje y, muy especialmente, por todos los amigos a los que he visitado. A todos ellos darles las gracias y decirles que ya les echo de menos. Siempre me queda el consuelo de que, más pronto que tarde, nos volveremos a ver. Os quiero dejar una foto de lo que se ve desde mi ventana. Han sido muchas horas planeando rutas y jugando con el calendario. Y cuando me levantaba para descansar y pensaba en vosotros y en vuestros países, esto es lo que veía, así que en cierto modo, también forma parte del viaje.

Ya estoy en casa, amigos. A los de allí, gracias una vez más por vuestra acogida, cariño y consejos. A los de aquí, gracias por vuestra preocupación y por las ganas de recibirme. Y a los de aquí y a los de allí, gracias por haberme leído. Más de 1.200 visitas a este blog me han hecho sentirme muy querido a ambos lados de un océano que une más que separa. Un abrazo fuerte y hasta pronto.

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