Mi paso por El Cairo fue tan efímero como accidentado. Después de ser invitado a cenar en el restaurante de Abraham me fui directamente al aeropuerto. Vuelo sin incidencias, regateo con taxista y llegada a casa de Irene a las 2:30 am hora local. Pese a estar ambos un tanto cansados aún estuvimos charlando hasta bien pasadas las 3. Al día siguiente tenía que coger un taxi al aeropuerto a eso de las 14, así que aún tenía tiempo de irme a tomar un cafecito con mi adorable anfitriona. Pero como la charla era tan agradable, en vez de uno fueron dos. Y en vez de cafés fueron capuccinos. Grandes. Y se me olvidó la maldición del faraón y que yo a esta ciudad le caigo mal. Así que me puse un tanto regular. Tengo que confesar que me entró un ligero agobio estando tumbado en la cama pensando en las 27 horas y media de viaje que me esperaban. Pero conseguí levantarme a duras penas y salir hacia el aeropuerto. Al facturar me preguntaron si tenía billete de salida de Nueva Zelanda. Les dije que llegado el caso podría comprarlo sobre la marcha, así que no me pusieron ningún problema. Recibí mis tres tarjetas de embarque y un par de sellos después ya estaba saliendo.
Y así acabó mi recorrido por el continente. Pero entre los cafés y el vuelo aún tuve tiempo de cumplir una promesa…
Puente 6 de Octubre. En un extremo el Museo Egipcio de El Cairo. En el otro la casa de Samir. Y en el medio unas flores para Alberto y para Sara. La mañana, como aquella en la que paseaba yo por primera vez por aquel puente, era muy agradable, con una brisilla amiga. Es curioso el Nilo, parece tranquilo, parado, pero en cuanto las flores tocaron el agua desprendieron sus pétalos a modo de despedida y enseguida la corriente se las llevó de viaje. Lo interpreté como si tanto Alberto como Sara me agradecieran el gesto pero me incitaran a seguir. Así que, después de contribuir a la brisa con un último suspiro, me dirigí melancólico a por mi equipaje y emprendí viaje a Nueva Zelanda. Pero por aquello de las casualidades hoy os escribo desde Singapur. Claro que eso os lo cuento en el próximo capítulo… 😉
«contribuir a la brisa con un último suspiro» me encanta
Gracias Jorge. Es como si a través de esas flores todos estuviésemos un poquito con Alberto y con Sara. Feliz estancia en Nueva Zelanda. Todos los que te seguimos y queremos viajamos, de alguna manera, contigo en tu mochila. Ahora a la espera de tu próximo post
Besos mil…
Gracias por el gesto de las flores para Alberto, soy Mª Jesús, su mujer, y se que te seguia en tu viaje y le habria gustado ser como tu, tan decidido y sacando lo bueno de todos los caminos y gentes que conoces.Un poquito de el siempre estara en Egipto.
Gracias a ti por tus palabras María Jesús. Muchos días me acuerdo de él y le doy las gracias cuando algo bueno me pasa, porque seguro que él tiene algo que ver.
Un beso grande
Qué preciosidad de flores y de palabras y de gesto. De puente en puente y tiras porque te lleva la corriente, pero dejando siempre algo bueno en cada uno de ellos 😉
Mil besos!
Jorge, !como me ha gustado tu gesto en recuerdo de Alberto y Sara¡. Escribes muy bonito, compartes tus sentimientos y esto hace que sea un placer leerte. Gracias por todo.