Al final conseguí salir de Penonomé. No me olvido de que os debía unas fotos para que conocieseis el lugar. En realidad lo más popular es esta iglesia de estilo colonial. Me gustó bastante, así, tan blanquita. Me gustó tanto que me tumbé en un banco delante de ella leyendo mi guía Lonely Planet y me quedé dormido media hora. Al cabo de ese tiempo creí despertar con el rítmico cantar de un pajarito cercano pero, en realidad, era un camión echando marcha atrás…
Cuando todavía medio dormido volvía a volver volviendo por la calle principal, me encontré esta tienda que, haciendo honor a su nombre, tenía ese hombrecillo que veis en la puerta anunciando micrófono en mano estupendas mercancías en su interior
Decisión tomada: al día siguiente me iría a Boquete como fuera. Antes tuve tiempo de pasarme a visitar una institución en la que tenía mucha curiosidad. Ya os hablé de ella. Se llama El maestro en casa y se dedica a la formación de niños y adultos de recursos escasos a través de la radio. En su web explican muy bien lo que hacen. Me trataron maravillosamente y me dio pena que no hubiera clases presenciales en ese momento para ver el modus operandi de los alumnos que acuden a examinarse. Dichoso carnaval. Os dejo una foto llena de buena gente…
Me levanté prontito y Joseluis nos dejó a mi mochila y a mí en una caseta de parada de bus. En seguida tuve la oportunidad de “jugar vivo” y le “metí mano” al primero que pasó con dirección a David. En los buses panameños existe una figura muy útil, un revisor que te carga y descarga la maleta y te informa de todo. El conductor sólo conduce. El bus para delante de mi nerviosillo gesticular y abre la puerta. El revisor me informa de que el bus está “full” (lleno, para los monolingües). Cuando ya me doy la vuelta me ofrece una solución. Esta
Yo, ante una experiencia semejante, acepto sin pensarlo, y me voy con mi asiento de luxe por encima de decenas de cabezas al final del pasillo, donde me siento entre la puerta del baño y un chico y una chica jovencitos que parecen hermanos, cómodamente acomodados. Y el viejo autobús que arranca entre temblores. Y la carretera que tiene baches. Y la carretera que tiene curvas a la derecha. Y a la izquierda también. Y entre los baches y las curvas hay momentos en los que lo único que me une al suelo es mi culo pegado al taburete. Y parezco uno de esos canguros que se apoyan en su cola para poder golpear con las cuatro extremidades. No me preguntéis por el paisaje, yo sólo veía esto
Pasada una larga hora me entró hambre. La noche anterior me había preparado un par de sándwiches de pavo y queso, pero la perspectiva de que estuviera prohibido comer en el bus y la posibilidad de empavar todo el hemisferio sur del mismo, hicieron que me esperase a la parada de Santiago. Paramos, como, subo al bus y me encuentro a mis jóvenes vecinos con un plato de un cuarto de pollo con arroz cada uno, servilleta, cuchillo, tenedor y un par de latas de refrescos gaseosos. Observo que no son los únicos: en este país se come, no hay duda. Proseguimos viaje en nuestro restauramóvil con renovados terrores de acabar rebozado en pollo por la izquierda. Dos horas más tarde, unas almas caritativas tienen a bien abandonar el bus y dejar algunos asientos libres. Devuelvo el taburete al revisor y mi culo en forma de donut y yo nos acomodamos en lo que a mí me parece el trono de Inglaterra.
Llegada a David. Capital de la provincia de Chiriquí y segunda ciudad de Panamá con 124.000 habitantes. Es una región peculiar y muy diversa. Tiene bonitas playas y la montaña más alta del país. El sentimiento nacionalista es fuerte y la comunidad indígena Ngöble-Buglé muy numerosa. La estación es un bullir de ir y venir de gentes. Estamos en carnaval, por si no lo sabíais. Estoy más tranquilo ya que desde aquí salen buses a Boquete cada media hora, así que sin prisas me dirijo al lugar del que sale. Nada más llegar una voz me grita si voy a Boquete, le digo que sí y me dirige al bus de los Simpsons. Los americanos trajeron muchos de estos robustos buses amarillos cuando estuvieron a cargo del canal y hoy se utilizan como un medio de transporte más. El problema es que están hechos para niños y no te caben las rodillas en el asiento. Subo al bus y me muero de la risa. Está repleto. Pero repleto repleto. Consigo sentarme al lado de una indígena. Sigue subiendo gente. Incluso se quedan de pie en el pasillo. Y arrancamos. Yo me empiezo a debatir entre sacar una foto del bus o no (podrían molestarse, es de mala educación, igual les sabe mal). Al final pueden más las ganas de enseñaros el bus. Pienso que si me doy la vuelta discretamente, despacito y saco una foto no pasa nada. Un consejo: cuando hagáis algo así, no olvidéis quitar el flash. Os ahorraréis caras como estas
Y sin más novedad llegamos a Boquete. Todavía sintiendo las miradas en forma de alfileres en mi cogote, bajo del bus y me dirijo al hostal donde voy a compartir cuarto. Pero esa ya es otra historia.
uffff, si es que tenemos que recuperar la memoria…. no hace falta que sea histórica.
Lo de ir sentado en el pasillo del autobus, me pasaba a mi cuando hacía el Huesca-Zaragoza a finales de los 70a principios de los 80…. creo que iba a 6 de EGB, sería en el 78 o 79.
Bueno te seguimos leyendo, buen viaje a Brasil
Eduardo es que yo soy muuuuuucho más joven que tú…:)
Un abrazo