Australia es grande, muy grande, y todo está lejos. Me pareció extraño que no existiera un enlace directo por tierra entre su capital Canberra y Melbourne, una de las ciudades más importantes del país. Tuve que recurrir a una combinación de bus y tren que me resultó muy agradable. ¿El porqué de Melbourne? Bien, trataré de resumirlo en los siguientes párrafos, que cuentan una historia un tanto digamos, mística…
Durante el otoño del año 2011 realicé un viaje a la India de dos meses para conocer el país y realizar un voluntariado con la Fundación Dharma como profesor de inglés y español para niños de recursos bajos (que en la India significa muy bajos). La escuela estaba en la ciudad de Vrindavan, santísimo lugar de peregrinación para los Hare Krishna, rama importante del hinduismo. Allí conocí a Chris. Nos caímos bien porque cuando un tipo loco y social se encuentra con otro espiritual y místico se tienen que caer bien a la fuerza. Os pongo una foto de ambos para que los nuevos adivinen quién es quién y los veteranos descansen un poco de tanta letra y le pongan cara a las siguientes… 😉
Cuando acabé en la escuela me fui a viajar por la India durante un mes y volví a coincidir con él en Bangalore, al sur del país. Allí me citó en la tienda de un comerciante musulmán de piedras preciosas. Cuando llegué estaba sentado en una mesa con él y varios guijarritos de colores a cuál más hermoso. “Jorge, yo trabajo en Australia con una compañía de piedras preciosas y estas son increíbles. Estoy seguro de que en España puedes venderlas por tres veces más de lo que cuestan aquí”. Uno de los principales timos que existen en la India es el de las piedras preciosas. Yo le dije que no iba a comprar nada y se puso triste, y tan confiado estaba, que compró un zafiro bellísimo y más azul que la camiseta de Italia. Después de pagar 850 eurazos me lo alcanza y me dice: “Jorge, el universo me dice que eres una persona en la que se puede confiar. Toma el zafiro, llévatelo a España y, cuando lo vendas, me compras un billete de avión a tu país. Esta piedra hará que nos volvamos a encontrar algún día”… A mí estas historietas a lo Paulo Coelho me parecen más inocentes que la vida sexual de los Pitufos, pero ante semejante derroche de candidez no me quedó otra que gastarme 600 eurazos (sudo cada vez que lo recuerdo) en una preciosa esmeralda del tamaño de la uña de un dedo, tan verde como esas remansos en los ríos del Pirineo cuando les da el sol a la caída de la tarde. El dueño del local estaba tan contento que nos regaló un pequeño zafiro extra. Y a mí me pareció que eso sólo se hacía con los yogures…
Al salir, rápidamente volví al hotel a por el equipaje porque mi vuelo a Nueva Delhi era inminente y mi hare krishna vino conmigo. En el taxi le pregunté qué es lo que hacía en su empresa y me dijo que diseñar la página web… Todavía recuerdo el escalofrío que sentí. Me pareció ver mi dinero volando al lado del taxi, sonriéndome y diciendo adiós. Volé de vuelta a casa con la sensación de haber sido timado como un chino y de haber ganado un amigo para siempre de la misma nacionalidad…
Pero hete aquí que una vez en Zaragoza visito a un par de joyeros amigos míos y resulta que las piedras eran auténticas. Lamentablemente, el excesivo tamaño de las mismas, que no se corresponde con los gustos europeos, y la crisis que cabalgaba y cabalga por el país, hicieron que solo pudiera vender la esmeralda a un amigo, del que guardaremos el anonimato. Me pagó un pequeño margen sobre el costo de la misma, fundamentalmente por la risa que le da escucharme contar la historia. Algunas voces me aconsejaron vender el zafiro por la mitad de su coste y olvidarme de Krishnas y demás, pero el universo tiene razón…
Así que ya sabéis cómo termina la historia. Jorge decide emprender viaje. Jorge decide incluir Melbourne en su ruta. Jorge viaja con un zafiro gordo y otro pequeño en la mochila por Turquía, Egipto, Etiopía, Singapur, Indonesia, Nueva Zelanda y Australia. Y Jorge llega a casa de su amigo dándole la razón al almíbares de Paulo Coelho, Jorge Bucay y resto de sedas…
La estancia en Melbourne me ha venido muy bien y la he dedicado fundamentalmente al descanso y a la organización de los meses que vienen. El viaje se me hizo más rápido de lo esperado y el zafirito azul se iba acercando poco a poco a su destino final…
La llegada a la ciudad agitó a los viajeros del tren que, impacientes, empezaban a reencontrarse con sus pertenencias mientras yo conseguía encontrar un huequecito para inmortalizar mi nerviosismo bajo un cielo que amenazaba lluvia…
Melbourne ardía de excitación bajo la lluvia que finalmente apareció, ante la celebración del Gran Premio de Australia de Fórmula 1 que se celebraba al día siguiente. Reencuentro con mi amigo y su novia y a casa a descansar previa devolución de la preciosa mercancía 😉
El día siguiente amaneció claro. Compré un cargador para mi pobre ordenador que llevaba varios días sin comer por avería del anterior y después nos fuimos a comer con los amigos de mi amigo. La colonia china de Australia en general, y de Melbourne en particular, es amplia. Chris llegó con 5 años y se quedó, pero su familia volvió a China. Después de comer me llevaron a conocer Melbourne. Vimos la salida de la carrera en el casino con un par de cervezas de jengibre sin alcohol (los hare krishnas no pueden beber alcohol, deben llevar una dieta estrictamente vegetariana y abstenerse de juegos de azar y de sexo que no esté dirigido única y exclusivamente a la reproducción, lo cual me hace apreciar especialmente a mi amigo, que debe de verme como a una especie de anticristo [o antikrishna]…). Aquella noche cenamos en casa. He aprendido varias recetas nuevas. Las de noodles o fideos son mis favoritas. Chris es muy estricto con su dieta y sus recetas de noodles incluyen el molido de los granos de trigo, centeno o el cereal que sea.
Al día siguiente me dirigí al Centro de Expedición de Visados a China de Melbourne. Son muy estrictos con la documentación pero venía preparado, que ya sé cómo se las gastan en Australia. Pese a que sólo voy a estar unos seis días en China, este documento era absolutamente esencial para el futuro de mi viaje (en el próximo e inminente post os contaré el porqué). Dejé mi pasaporte en el centro a la espera de que cuatro días después me lo devolvieran con el precioso permiso y me fui a pasear, esta vez solo, por la ciudad.
Pese a las apariencias es más tranquila que Sídney. Ha sido designada varias veces como la mejor ciudad del mundo para vivir y las 140 nacionalidades que conviven aquí deben de estar de acuerdo. Se percibe cierta inquietud gastronómica y cultural, así que mi lugar favorito no podía ser otro que la biblioteca del estado de Victoria, de la cual es capital…
Aquí he pasado la mayor parte de mis tranquilos días planificando y organizando rutas. Lo necesitaba. No se me olvidarán nunca esas pausas de bandejita de sushi, descalzado de pies sobre hierba, y horizontalidad musical de brisa revoltosa con cabellos y corbatas…
El fin de semana Chris se empeñó en pegarse la gran panzada de kilómetros para llevarme a un lugar de la costa precioso llamado Los doce Apóstoles. Feliz por haber recogido mi pasaporte con mi salvoconducto a China, emprendimos viaje. El lugar mereció la pena…
Esta otra foto me hizo mucha gracia al recordarme lo contundentemente trágicos que se ponen los anglosajones con sus advertencias. A ver si un día hago recopilación…

Las dos noches las pasamos en una especie de colonia Hare Krishna donde los devotos, que así se les llama, se reúnen para cantar y rezar. Y mi habitación y el resto del lugar estaban ambientados más o menos así…
Cenamos vegetarianamente y mantuvimos una tertulia muy interesante. Parecía agradarles mi incansable torrente de cuestiones acerca de su fe. Cuando ya no pudieron más y cansados se retiraron a sus habitaciones, salí del comedor y caminé sobre la hierba negra hacia mis aposentos. La noche sin luna me regalaba una visión fantástica de todas esas estrellas tan extranjeras a mis ojos como yo a este hemisferio. Vi una fugaz y me sorprendió ver que me limitaba a sonreír sin pedir ningún deseo. El día había empezado con el mail de mi gran amigo David dedicándome este poema…
Viajeros
La rutina nos protege
de la incertidumbre,
pero hay personas,
a veces cercanas en el alma,
y lejanas en la ubicación,
que son la muestra
de que hay valientes
que miran siempre
hacia el próximo horizonte.
Las razones no importan.
La clave es que nos
recuerdan a todos
el valor de lo inesperado.
…y mientras disfrutaba de su recuerdo, de nuestros paseos por Zaragoza y de lo sobrevalorado que me tiene, me llegó al móvil un comentario al blog de mi amigo Suso enviándome desde Galicia un abrazo enorme. Volví a sonreír, esta vez sin estrella, y pensé que no sé cómo tengo el valor de decir que viajo solo…
Mañana muy temprano salgo hacia Vietnam, pero voy a tratar de programar un breve post explicando la ruta de los próximos meses. Y adelanto que hay sorpresas… 😉
Impagable tu experiencia con los hare krishna… Te juro que te he imaginado cantando con ellos la canción «My sweet lord» de tu tocayo George Harrison. Las fotos, una vez más, alucinantes, sobre todo las que salen los mallos de Riglos en plena playa…o son los cabezones de la Isla de Pascua…?.
Jajaja, los mallos acuáticos 🙂
Gracias Chemita, estoy de escala en Kuala Lumpur camino a Vietnam y me he acordado mucho de ti en el vuelo viendo en mi portátil tus documentales de la Transición 🙂
Un abrazo!!!
Si…? Además ahora en España están más de actualidad que nunca. Abrazos compañero!!!