Y es que estar en Buenos Aires y no pasar a Uruguay a respirar el mismo aire que respiraba Benedetti me parecía mal. Si a eso le sumas que dos buenos amigos se encontraban en el país, más todavía. Así que, con mucho dolor de corazón, sacrifiqué cinco días porteños, tomé el Buquebus, y crucé el Río de la Plata. Otro río más a la colección…
En Montevideo me esperaba Nicolás, gran amigo de la adolescencia que conocí en Irlanda en 1988. El empeño por convertir el mundo en un lugar mejor le llevó a trabajar en distintos lugares de África durante varios años. Fue genial encontrarnos en el que va a ser su hogar a partir de ahora, porque Nico se casa con Florencia, una muchacha uruguaya maravillosa. Mi amigo me conoce bien, así que a la cena de la primera noche le siguió una visita al estadio Centenario de Montevideo al día siguiente. Como buen nostálgico del balón, quedé maravillado, así que voy a aprovechar tan magnífico escenario para presentaros a esta gran persona…
Mirad bien esas gradas. En este lugar se celebró el primer mundial de fútbol en el año 1930. Uruguay, gran potencia futbolística durante la primera mitad del siglo XX, derrotó por 4 a 2 a Argentina, su gran rival de entonces. El partido fue realmente violento, tanto es así que ambas federaciones rompieron relaciones durante los siguientes cinco años. Me parecía oír los gritos y vítores mientras paseaba por las gradas maravillosamente vacías y decadentes. Me acordé de Napoleón: desde ahí, 84 años de Historia me contemplaban…
Saqué fotos melancólicamente porque, lamentablemente, el museo estaba cerrado por obras. Me reuní con Nicolás en la grada superior cuando terminé y, cuando ya nos marchábamos, se nos acerca un señor que parecía encantado con nuestro acento. Resultó ser el director del museo. Al enterarme del cargo, puse todo mi arsenal dramático-afectivo en funcionamiento, relatando capítulos de aquella final, evocando episodios famosos de la selección uruguaya de fútbol en los primeros juegos olímpicos cuando todavía no había mundiales, y mostrándome tremendamente apesadumbrado por no poder visitar el museo. El alma bendita saca su móvil, marca un número y, antes de ser atendido al otro lado de la línea me dice con aire solemne y cómplice: “No se preocupe, que no se va a quedar sin ver el museo”. Nicolás me miró con esa cara de amable progenitor que me pone a veces como reprochándole al niño travieso su atrevimiento, y yo le devolví una sonrisa y un guiño, muy cómodo en el papel… No voy a aburrir a los no futboleros con fotos e historias que no significan nada para vosotros pero que a mí me enternecen cada vez que las recuerdo…

…pero sí que me voy a detener en un episodio que permanece en el recuerdo colectivo de este país y, todavía más en el de Brasil, mi próximo destino.
16 de Julio de 1950. Después de doce años de interrupción debido a la II Guerra Mundial y sus efectos, se reanuda la copa del mundo en Brasil. La anfitriona presenta un equipo temible, muy superior al resto de sus doce competidores. Todo está preparado para que esa selección, que entonces viste de blanco, consiga su primer título en el partido final frente a Uruguay. El sistema de competición de aquel entonces, hacía que Brasil fuera campeona con un simple empate. Escenario: estadio de Maracaná, Río de Janeiro. Capacidad en 1950: 220.000 personas…
Brasil se adelanta en el marcador al comienzo del segundo tiempo desatando el delirio, pero Uruguay remonta con goles de Schiaffino y Ghiggia. Fin del partido, el delirio cambia de bando y la fecha queda marcada en la historia como una tragedia nacional en Brasil, que nunca volvió a jugar de blanco. Aquel partido se conoció con el nombre de Maracanazo. Y yo veía esas camisetas, esas imágenes y asistía ensimismado a las explicaciones de Gerardo, el empleado que el director había puesto a nuestra disposición para una visita guiada que nunca olvidaré…
Fin de la visita. Propinica para Gerardo, y últimas fotos a algún que otro ídolo que también pasó por este estadio…




Me sentí una vez más afortunado. Todo en este viaje me salía bien. Acababa de disfrutar de un momento maravilloso y me dirigía con un gran amigo a comer aquí…
Finalizamos la ingesta con la victoria de Alemania sobre Francia y con un poco de esto…
…relleno de esto…
Todavía con lágrimas en los ojos, salimos del restaurante en la zona vieja de la ciudad para dirigirnos al centro. Saqué esta foto de despedida por si hay algún vegetariano entre los lectores de este blog…
Del centro de la ciudad me gustó especialmente este edificio al ladito del monumento a Artigas…
Justo después Nicolás y yo nos despedimos hasta el día siguiente porque tenía un compromiso de esos a los que una boda inminente te compromete, así que compré entradas para La Visita, obra que se representaba aquella noche en el Teatro Solís (también el más antiguo de la ciudad)…
…y me marché a ver el partido de Brasil contra Colombia junto a Giovanna, una muchacha brasileña que había conocido en el viaje de Buenos Aires a Montevideo. El baratísimo precio de las entradas para el teatro (unos 5€) me permitió invitar a mi amiga, ganarme el título de “galanteador” por su parte, y pasar una velada maravillosa…
A la mañana siguiente, el bueno de Nicolás vino a buscarme para llevarme al bus que me iba a llevar a Punta del Este. La proximidad de su boda y la promesa de un inminente reencuentro hizo que la despedida fuera risueña y tranquila. Unas dos horas y media después ya estaba yo en esa joyita vacacional que es Punta del Este. Allí me esperaba Sebas…
Nos conocimos (sí, lo habéis adivinado) en la Universidad de Berkeley, y siempre nos reímos mucho cuando nos juntamos. Guardamos una sensibilidad parecida para con la belleza, si bien tenemos estilos muy distintos para acceder a la misma, lo que explica las risas anteriores cuando compartimos confidencias. Disfruté mucho con Sebas y su novia Natacha. Fueron un par de días de cenas gloriosas en La Huella de Jose Ignacio, paseos y charlas. No os podéis imaginar el placer que me provoca una buena conversación con un amigo si además el cielo se presenta así…
…aunque, a decir verdad, cuando está así también se agradece un chivito en el restaurante La Pasiva (especie de sándwich de carne con todo) y con cervecita después de diez km de paseo…
Sebas es un atleta increíble. Ahora mismo está preparando un Ironman, una especie de Triatlón. Creo recordar que son unos 100 km en bici, 10 nadando y 42 corriendo, y a mí me da cansancio solo de escribirlo. Eso hizo que no le costara demasiado levantarse a las cinco de la mañana para llevarme a la estación de autobuses, pero yo se lo agradecí en el alma. Me esperaba un largo viaje de buses, barcos, taxis y aviones que me iban a dejar en São Paulo vía Buenos Aires. En esta última ciudad mi querida Flopi se acercó hasta el puerto tan sólo para traerme el cartel que me había dejado en mi triste marcha del cuartito. Y, al igual que la última vez, no quise despedirme de ella con la esperanza de que dos días después nos fuéramos a encontrar otra vez. A día de hoy sigo contando, ay…
El taxi desde el puerto me llevó al aeropuerto previa agradable charla, otra vez, con el taxista. Tres horas de retraso en mi vuelo me hicieron permanecer seis en dicho lugar, así que traté de consolarme como pude…
…sin saber que en São Paulo me esperaban, además de mis amigos Nino y Elo, un nuevo maracanazo y una agradable sorpresa…
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