Creo que ya lo tengo. Después de darle algunas vueltas he decidido escribir dos post más sobre este país, uno sobre los lugares y el otro sobre sus gentes. Así podré terminar mis relatos sobre Corea del Norte de una manera más o menos amable. Eso sí, iré también intercalando aspectos que se me hubieran podido olvidar en la introducción, como por ejemplo que Corea del Norte no existe. Corea sólo hay una y es toda la península. Los “títeres” del sur les pertenecen, independientemente de que ahora mismo estén “ocupados” por el “imperialismo” americano. Así que nada de Corea del Norte. Corea y punto (me estoy dando cuenta de que en el sur es lo mismo pero al revés, Corea sólo hay una)
Este viaje lo he hecho en grupo. Desde el año 2006 y por razones de tiempo, no realizaba un viaje organizado. La verdad es que tiene sus cosas buenas. Resulta agradable de vez en cuando no tener que pensar en reservar alojamiento, ni transporte, ni elegir destinos. En definitiva, no tener que tomar decisiones. Aunque por supuesto acabé hartándome, pero eso tardaría en llegar. Y si viajé en grupo es porque la visita de viajeros independientes está prohibida. Si quieres visitar el país debes viajar con una agencia que tenga los permisos necesarios. Una vez en el país, estás continuamente custodiado por uno, dos o hasta tres guías del gobierno, como fue nuestro caso. Ellos te dicen cuándo puedes sacar fotos y cuándo no, entre otras sutiles indicaciones que os llamarán la atención.
Decidí llegar al país en vuelo desde Pekín y dejar el tren para la vuelta. Corea del Norte sólo tiene vuelos con Pekín y Vladivostok, aunque estas cosas cambian a menudo. Nunca había visto el aeropuerto de una capital con menos aviones. Conté cinco. Bajé del avión de fabricación rusa y presté más atención que nunca a posar primero el pie derecho. Ahí estaba. Por fin. Entrada al control de aduanas. Sala gris. Fotos prohibidas, claro. Al fondo los retratos del abuelo y de papá, algo de lo que me iba a hartar durante los siguientes días. Tuve una sensación muy parecida a la de mi llegada a Irán con los de Jomeini y Jamenei.
El control fue menos exigente de lo que me esperaba y en seguida estuve dentro. La norma que prohibía la introducción de teléfonos móviles ya no está vigente. Antes lo dejabas en el aeropuerto y te lo devolvían al marcharte. Lo que me gustaba de mi agencia es que, a parte de los guías del gobierno, te asocia uno occidental, en nuestro caso un neozelandés de acento bastante cerrado, y también puedes preguntarle cosas a él.
Nos dirigimos al hotel, un cinco estrellas anclado en los 60 y que hoy no pasaría de dos asteroides y medio. Todos los extranjeros son alojados en el mismo. Todos visitamos los mismos lugares, a las mismas horas. A veces tienes la sensación de que el país está lleno de extranjeros, hasta que al cabo de dos o tres días ves siempre las mismas caras. Parte del grupo había llegado en un trayecto de tren de 23 horas desde Pekín (el mismo que yo iba a hacer a la vuelta) y parte en avión. Todos estábamos muy cansados después de la cena, así que nos fuimos pronto a la cama porque el día siguiente prometía ser también intenso. Y este fue mi primer atardecer en Corea del Norte desde mi prisión. Ni qué decir tiene que la salida del hotel está estrictamente prohibida. La noche, tal y como esperaba, fue oscura, oscura…
Tal y como os comentaba al principio de este post, no es mi intención seguir un aburrido orden cronológico de las visitas y experiencias de cada día, así que en lo que queda de post me centraré en las visitas digamos, monumentales. Pasaré de puntillas por manifestaciones con escaso valor artístico, que no propagandístico…
…para centrarme en dos visitas en particular que me impresionaron profundamente y donde, casualmente, estaban estrictamente prohibidas las fotografías.
La primera de ellas es el museo de la guerra de Corea. Es insultantemente espectacular. Suelo decir que los mejores museos que he visitado, y tal vez por mi vena docente, son los norteamericanos. Me gusta lo interactivos que son y cómo invitan a la gente a tocar y a vivir la cultura. Este museo sigue la misma línea pero la entrada ya te dibuja una mueca rara en la cara. Nada más entrar, y cual Blancanieves en Disney World, un retrato sonriente del actual líder sobre fondo de cielo azul con nubes algodonadas al final de una escalinata de mármol blanco. En un museo dedicado a una guerra tan cruel parece una broma. Fotos estrictamente prohibidas en todo el recinto, así que me puse a tomar notas como un obseso, hecho que sería objeto de bromas por parte de mis compañeros posteriormente. El museo es un lujoso centro que explica la versión del régimen sobre la guerra de Corea (1950-53). Paneles interactivos, vídeos con documentales en pantallas planas, salas temáticas con recreaciones de la guerra en invierno con ventiladores y sonidos de ventiscas para hacer más real la visita, armas reales, tanques, cartas, fotos, halógenos, suelos de mármol impolutos… En un país tan pobre como este un museo así resulta grotesco. Las explicaciones de los guías, todos militares, no tienen desperdicio. No suelen nombrar a los EEUU por su nombre si no como “el enemigo” y, cuando lo hacen, siempre las palabras “imperialista” o “imperialismo” acompañan al nombre del país. La visita termina en una especie de cuadro rodante en el que tu asiento gira al ritmo de una batalla de luces y sonidos. En Corea son frecuentes los apagones debido a su deficiente sistema energético. En medio del show se fue la luz. Los guías dijeron que debían de estar “chequeando el sistema” y que teníamos que abandonar el edificio. Fin de la visita y mirada atrás…
Pero el lugar que más impresiona de todo el viaje, sin lugar a dudas, es el Palacio de Kumsusan. Allí se encuentran los restos momificados del abuelo y del papá y claro, es el lugar más sagrado del planeta. Es obligatorio acudir con traje y corbata, pero a los extranjeros nos basta con unos zapatos, camisa de manga larga y pantalones. Las chicas deben cubrir toda su epidermis. Las medidas de seguridad son extremas. Lo único que te dejan llevar en los bolsillos son billetes. Todo, absolutamente todo lo demás está prohibido. Yo mismo tuve que enseñar los billetes chinos de mi bolsillo derecho (apunte: en el país nos está prohibido comprar con moneda local. El mejor tipo de cambio te lo da el Euro y después los yuanes chinos. El dólar, mal, pero también se puede usar). Antes de pasar por todas estas medidas de seguridad ya me pude hacer una idea de lo que nos esperaba…
Nosotros también formamos en líneas de cuatro. Una vez dentro larguísimas cintas mecánicas te transportan al centro del palacio. Calculamos no menos de 300 metros de cinta en línea recta, claro. Te llevan lentamente entre música solemne para que te vayas ambientando o compungiendo o arrepintiendo o vete tú a saber. La tensión se palpa antes de entrar a la sala del primer líder, Kim il Sung. Filas de cuatro, como he dicho. La momia se encuentra en el centro de una gran sala, flanqueada por cuatro enormes pilares blancos con un soldado en cada uno de ellos mirando hacia el cadáver. La música es mezcla de himno y réquiem y los focos que iluminan muy tenuemente el lugar son rojos, así que tienes la impresión de vivir un sangriento paraíso inverso. Tengo la costumbre de acariciarme las mejillas y la barbilla cuando algo me llama mucho la atención mientras mentalmente me digo “santamariamadrededios” (también me pasó en aquella mezquita de Shiraz en Irán, pero allí cambié la expresión por “alaesguay” por si me leían la mente). Cuando iba por uno de los “santamaria”, Kim, uno de nuestros tres guías, me llama la atención y me dice que deje de tocarme la cara y que las manos abajo, a ambos lados del pantalón. Ofú. Empiezas por los pies del difunto. Avanzas con tus tres compañeros. Como cuando acabas una representación teatral y sales a saludar, reverenciamos los cuatro a la vez. Giramos hacia el costado derecho. Nueva reverencia. Seguimos. En la cabeza no hay reverencia. Me hizo gracia y asumí que la cabeza de dicho sujeto no merecía ninguna. Nuevo giro, flanco izquierdo, reverencia final, y sales de la sala…
Y lo que te toca realmente la fibra son los lagrimones de las mujeres arcoiris que habías visto formar antes de entrar. Verlas llorar impresiona. Hacer tu reverencia y escucharlas mezcladas en música, todavía más. Al salir pasas a una sala donde puedes observar las condecoraciones al líder por parte de grandes potencias extranjeras: Laos, Camboya, Yugoslavia, Siria, Cuba, Mongolia, Indonesia, Perú, Madagascar y algún gigante más que no logré retener. Esta sala ya está completamente iluminada y puedes ver a las muchachas de colores empapar sus lágrimas en pañuelos de papel salidos de no se sabe dónde. A Kim il Sung no le gustaba nada viajar en avión y prefería hacerlo en tren, así que el vagón del miedica está también expuesto. También sus Mercedes negros. Yo los miraba con cierto gesto de desprecio hasta que Honey, otra de nuestras guías, me dijo que no cruzara los brazos mientras leía los rótulos. Ofuuuuuuuu. Después se repite el proceso. Las lágrimas para la momia número dos me parecieron mayores y lo atribuí a la cercanía temporal del sujeto con respecto a sus compungidos súbditos. Nuevas condecoraciones, nuevo vagón y afuera.
Si algo bueno tiene Pyongyang es que es una ciudad extremadamente limpia. No hay coches, no hay anuncios, no hay ruido ni prisas. Así que el aire es puro y el cielo azul. Decir con esto que agradecí doblemente salir de un lugar así. La solemnidad teñida de tragedia dio paso a la relajación y a las fotos de recuerdo de un sitio imposible de olvidar…
El último post de este viaje tan increíble será un poco más amable. Tratará de mis impresiones sobre las gentes del país. La interrelación no ha sido mucha, pero sí bastante más de la esperada. Y aunque ya aviso que viví algunos momentos de tristeza y terror infinitos, tuve otros verdaderamente divertidos y, por qué no decirlo, con un cierto toque de esperanza…
El catarro se bate en retirada, así que pronto, pronto 😉
Suena todo tremendamente irreal. Y es que parece increíble que en el siglo XXI se mantenga una sociedad así. ¿De verdad consiguen que la gente no acceda a ninguna información del exterior? ¿De verdad consiguen que haya algunos (está claro que la mayoría lo hacen obligados) que idolatren al líder? Muy grotesco, muy triste y muy absurdo.
Este post me ha dado muy mal rollo Jorge, pero no es culpa tuya.
Tranquila Moni, el próximo post puede que te deje mejor sabor de boca. O no…
Besos
Jorge; eres un magnífico narrador
Me encanta leer tus aventuras y desventuras
Un fuerte abrazo , y ¡¡ánimo!!
Mil gracias Joaquín, enorme el piropo viniendo de quien viene 🙂 Y de eso se trata, de contar aventuras y desventuras. El próximo relato promete 😉 Un abrazo
Es que eso de tocarte la barbilla delante del fiambre del Kim de turno me parece una falta de respeto intolerable…por muy tieso que esté…y lo de cruzarse de brazos ya no tiene perdón.
Totalmente de acuerdo. Procuraré corregirme ;);)